Homenaje a la memoria de Roser Bru.
Por Ignacio Torrontegui
A los 98 años ha partido la connotada artista plástica Roser Bru Llop, nacida en Cataluña, España cuando corría el año 1923. Esta artista, a estas alturas chilena – española, obtuvo en vida decenas de premios, tanto en Chile como en el extranjero, contándose entre ellos el Premio Nacional de Artes Plásticas que obtenido en el año 2015. Rosel Bru fue sin duda una de las artistas plásticas más importantes de Latinoamérica. Formó parte del importante grupo de intelectuales refugiados que llegaron en 1939 de la mano del poeta Pablo Neruda quién propiciara su venida, debiendo para conseguirlo convencer al entonces presidente de Chile don Pedro Aguirre Cerda quién, hasta la llegada misma del Winnipeg, pero en forma privada, manifestaba dudas y reticencias por esta aventura humanitaria.
Roser Bru contaba con solo 16 años cuando emprendió su viaje a través del océano, le acompañaba bajo el brazo un libro sobre el movimiento impresionista, hecho que evidencia su precoz interés por la pintura y sus escuelas y, que, Asimismo, presagiaba la pasión que la mantuvo viva y que consumió todas sus energías hasta el último de sus días.
La acompañaban además en esta larga travesía, una verdadera legión formada por 2200 españoles, hombres, mujeres y niños de todas las regiones de España, en su mayoría, madrileños, catalanes, gallegos, valencianos, andaluces y vascos, quienes poseían diversas profesiones u oficios; los había artesanos, historiadores, ingenieros, obreros, técnicos calificados, agricultores, pintores, ebanistas, carpinteros, mecánicos y hasta un maestro chocolatero. Se asentaron en distintas regiones del país y constituyeron un muy valioso aporte al desarrollo de la industria y el comercio nacional durante la segunda mitad del siglo XX e incluso hasta el día de hoy, actualmente a través de las semillas dejadas en Chile, sus hijos, sus nietos, su sangre.
Muchos sobresalieron en actividades tales como la pesca, el comercio, la industria panificadora, actividades editoriales, fabricación y venta de calzado, barracas, actividades forestales, industria gastronómica y, como no, muchos también sobresalieron en el mundo de Roser, el mundo de las artes. Así como Roser Bru, llegaron muchos otros jóvenes con inclinaciones por las artes y la cultura, los cuales se convirtieron rápidamente en promisorios artistas e intelectuales que luego influirían significativamente en la cultura y el arte nacional. Pintores, escritores, editores, escultores, actores, cantantes, músicos y docentes, eran algunos de los oficios más ligados a expresiones culturales. Algunos de los más destacados en nuestro medio fueron, el pintor José Balmes, el ensayista y dramaturgo José
Ricardo Morales, el historiador Leopoldo Castedo, el dibujante y caricaturista Antonio Romera, el diseñador y tipógrafo Mauricio Hámster, entre otros. Volviendo a la vida nuestra recordada artista y refiriéndonos esta vez a su formación académica, hay que decir que se formó en varias disciplinas plásticas, recibiendo su educación en la Escuela de Bellas Artes, donde se perfeccionó, tanto en técnicas propias de la acuarela, como del dibujo, del grabado y el óleo. Le correspondió allí ser discípula del gran maestro Pablo Burchard. Posteriormente, en el año 1948, formó parte del Grupo de Estudiantes Plásticos junto a su coterráneo, colega de oficio y también compañero de travesía hasta Chile, José Balmes Parramón (nacido en Montesquieu, Cataluña, España 1927) y junto también a Gracia Barrios, entre otros. Como si fuese poco, también fue alumna del gran pintor chileno Nemesio Antúnez, esto en el Taller 99 de su dirección.
En cuanto a su obra misma, Rosel produjo durante su larga y prolífera carrera, pinturas, dibujos y grabados. Una constante en su producción estética fue la elaboración de imágenes en las que se generan cruces y encuentros entre su biografía, la historia socio política y la historia del arte. Una temática recurrente en sus obras es la muerte, la pérdida de la memoria y una casi permanente confusión entre el pasado y el presente. Irónicamente la autora durante sus últimos años se encontró afectada por demencia senil, lo cual no le impidió seguir produciendo en silencio hasta el final de su vida.
El protagonismo de la mujer en muchas de sus obras tenía, dentro del medio cultural de la época, una clara intencionalidad dignificadora, constituyéndose de esta manera, con sus paletas de colores y pinceles, en una activa colaboradora en la lucha artística por conseguir la visualización femenina.
Roser Bru, escribió y participó en numerosas publicaciones literarias, colaborando en su condición de pintora en obras como “Taller 99, 40 años grabando Chile” de 1956; “Roser Bru” de 2006; Estuvo a cargo de las Ilustraciones del libro “Pasión de enseñar” obra de la gran poetisa Gabriela Mistral, como así mismo, de las del libro " Postales para nadie " del poeta, Premio Nacional de Literatura, Gonzalo Rojas.
Cuenta una de sus nietas, en una de tantas publicaciones periodísticas aparecidas a raíz de su partida, que Roser repetía con mucha frecuencia la frase: “hay que vivir en obra”. Esto lo reflejaba en sus cuadros, sus vivencias, sus memorias propias y también ajenas, haciendo infinitos guiños y citas a otros artistas universales, quienes, como ella, habían sabido plasmar la memoria de las heridas de sus épocas. Artista como Goya, Velázquez, Rimbaud, Kafka, Frida Kahlo, Gabriela Mistral, Violeta Parra o Virginia Woolf. Esas memorias se hacen cuerpo en su pintura, como lecturas en perspectiva que se reflejan como espejos rotos en su tiempo presente; pintar la memoria como un deber, en tres categorías inseparables: la propia memoria, la historia y el posterior olvido. Su memoria inconstante, fragmentada y su capacidad de seguir inspirándose en recuerdos, nos recuerda una de las tantas notables frase del inmortal J. L. Borges: “somos nuestra memoria: ese montón de espejos rotos”.
Habrá memoria mientras exista alguien que sepa dar cuenta de esa memoria, y tú, – sí, tú mismo-, el que en este preciso instante se encuentra leyendo esta breve reseña, lo estás haciendo, estás ayudando a recordarla. No será olvidada, más que por su sólido y maravilloso legado artístico, – el que por sí solo bastaría para no serlo jamás, – no lo será por su calidad humana y por haber tenido una vida sencilla, consecuente y verdadera. Roser Bru se ha embarcado nuevamente en el legendario Winnipeg, bautizado por sus pasajeros de entonces, como “la nave de la esperanza”, la que cruzando lentamente el océano la trajo a Chile un luminoso día de septiembre de 1939 y cuyo recuerdo supo atesorar celosamente dentro de sí, como un pequeño fragmento de espejo…
Ahora navega hacia un desconocido puerto, pero mágicamente no se moverá de aquí, pues su imagen quedará reflejada por siempre en ese pequeño fragmento de espejo roto… el mismo que tan celosamente guardó consigo y que impedirá su olvido. Buen Viaje Roser, gracias por darnos tanto durante tu larga y fecunda estadía en este país, en el que siempre serás recordada.