Juan Antonio García-Cuerdas
1. Introducción
Durante gran parte del período colonial Chile estuvo integrado en el espacio del virreinato del Perú. Lima, como capital de éste, fue el epicentro cultural, político y económico del Imperio español en América del Sur (con la excepción de Venezuela y parte de Brasil) hasta la época de las reformas borbónicas. En dicha ciudad residían una gran cantidad de religiosos, funcionarios de la Corona, profesionales y una amplia gama de comerciantes, además de contar con universidad, imprentas y libreros.
El Callao, su puerto principal, disfrutó de los beneficios de ser el centro monopólico importador-exportador de este territorio. Allí se almacenaban las mercancías, entre ellas los libros y demás impresos, procedentes de la península. Lima, además de ser un importante centro de consumo de libros, fue también el eje de una amplia y compleja red comercial de distribución de ellos que se extendía por todo el territorio virreinal, incluyendo colonias periféricas como Chile. La población chilena, para proveerse de los textos que precisaba, dependió principalmente de las importaciones de libros que efectuaban los comerciantes locales desde la capital limeña. En menor medida llegaban libros en los equipajes de los viajeros peninsulares, en los barcos que se dedicaban al contrabando, en los navíos de registro o sueltos (solo a partir de 1739) y en algunas importaciones efectuadas desde Buenos Aires ya avanzado el XVIII.
Los estudios especializados señalan que los gustos y las preferencias del lector peruano eran homólogas a las del peninsular, de tal forma que la oferta de obras existente en Lima fue bastante similar a la de la metrópoli. De igual modo, se puede afirmar que la misma variedad de títulos que llegaban a Perú y Nueva España lo hacía también, aunque en menor cantidad y frecuencia, a diferentes ciudades de Chile, principalmente Santiago y Concepción.
2. Las obras de Nebrija en el Nuevo Mundo y en particular en el virreinato del Perú
El primer envío de libros al Nuevo Mundo del que se tiene noticia fue transportado por el franciscano fray Alonso de Espinar en 1501. Se trataba en su mayoría de textos de índole religioso y catequista, acompañados por un Vocabulario (Diccionario) y dos Arte de Gramática de Antonio de Nebrija. Varios autores han subrayado la relevante presencia que, desde un inicio, tuvieron algunas obras de Nebrija en las colonias hispanas.
José Torre Revello afirma que “sus gramáticas se llevaron en gran escala para América, no sólo en el siglo XVI, sino también en los subsiguientes, (…). Podría decirse que en casi todas las partidas de libros figuran sus obras, destacándose de esta manera como el autor español más difundido en la colonia”.
Irving A. Leonard, en su trabajo sobre las lecturas de los colonizadores españoles en América, luego de revisar documentación de registros de navíos fechada entre 1576 y 1600, sostiene que el Arte de la lengua castellana de Nebrija fue la obra más difundida entre los lectores americanos y afirma que “un estudio de todos los documentos de embarque, pólizas marítimas e inventarios probaría seguramente que llegaron a las Indias Españolas más ejemplares de esta obra que de ninguna otra”. No obstante, los autores posteriores refutan a Leonard en un aspecto crucial, señalando que la referencia que hace al Arte de la lengua castellana es errónea (como consecuencia de las descripciones incompletas y confusas de los registros aduaneros que tuvo a la vista), debiendo ser efectuada a las Introductiones latinae (el Arte de Nebrija o gramática latina). La primera obra fue poco conocida en su tiempo y tuvo una única edición en 1492 (con seguridad ya agotada un siglo más tarde); la segunda, fue “la obra gramatical española más reeditada desde el momento mismo de su primera impresión, en 1481, hasta finales del siglo XVI”. Esta última, de la mano de religiosos y hombres cultos, fue utilizada ampliamente en el Nuevo Mundo para la enseñanza del latín y para desarrollar las gramáticas de diversas lenguas nativas. José Quiñones previene que cuando los historiadores se refieren a las “gramáticas de Nebrija” o las “artes de Antonio” o incluso la “gramática castellana” de Nebrija, “se estarán refiriendo (aunque lo ignoren) a la gramática latina”, es decir, a las Introductiones.
Carlos Alberto González Sánchez efectuó un inventario de los impresos contenidos en los registros de navíos de las flotas de los años 1583-1584, que tuvieron como destino el virreinato del Perú; y de 1605, con listas de libros dirigidos tanto al virreinato recién mencionado como al de Nueva España. Dentro del apartado gramatical sostiene que Antonio de Nebrija es un “protagonista absoluto”, del que registra 106 ejemplares de sus Introductiones latinae (40 en 1583-1584 y 66 en 1605). Nebrija, “junto con Fray Luis de Granada, este último en mayor número, forman el tándem estrella de la documentación que he consultado”.
Pedro J. Rueda Ramírez analizó la circulación del libro como mercancía en el tráfico comercial de la Carrera de Indias durante la primera mitad del siglo XVII (1601-1650), incluyendo los envíos tanto a Tierra Firme como a Nueva España y las Antillas. Para desarrollar su estudio utilizó una muestra que elaboró a partir de los Registros de Ida de Navíos conservados en el Archivo General de Indias, creando una base de datos con más de dieciocho mil asientos bibliográficos que alcanzan una cifra cercana a cien mil ejemplares declarados. Asimismo, en la documentación referida a los períodos 1583 a 1600 y 1650 a 1700, efectuó “sondeos” para evaluar la evolución de los envíos de libros antes y después de las fechas de corte de su investigación. Señala Rueda que, dentro de los libros para el aprendizaje del latín, es el Arte de Nebrija el “más frecuente y usual”. La gramática latina nebrisense aparece en 124 listas que dan cuenta de 3.835 ejemplares, pudiendo ser estos aún más ya que “se envían algunos lotes sin indicar los ejemplares y está obra es enviada en grandes lotes”. El Diccionario español-latino (Vocabulario) de Nebrija, de mucho mayor costo por ser de formato in folio, figura en dieciocho listas y suma 88 ejemplares. Este, al igual que las Introductiones, fue usado en la formación de los latinistas y también sirvió como modelo de los diccionarios bilingües que los misioneros elaboraron para las lenguas indígenas del Nuevo Mundo.
Otra investigación posterior utilizó los “registros de entrada” del fondo Real Aduana del Archivo General de la Nación del Perú, estudiando 48 cargamentos con libros que llegaron al Callao desde Cádiz entre 1779 y 1789, para ser vendidos en Lima y, en parte, reexportados a otras ciudades “como Santiago de Chile, Cuzco y Guayaquil”. La información extraída de estos embarques permitió a los autores construir una base de datos de 4.196 entradas que dan cuenta de un corpus analizado que supera los 76.000 volúmenes. Esta documentación les posibilitó conocer los géneros, temáticas y títulos que fueron enviados con mayor frecuencia al virreinato. Los textos educativos (cartillas, gramáticas y obras lexicográficas) están en cuarto lugar entre los libros seculares y Antonio de Nebrija sigue siendo “el autor más representado, especialmente por su gramática latina”.
Agnes Gehbald estudió la comercialización y recepción de la obra de Nebrija en el virreinato del Perú durante el siglo XVIII. A través del estudio de inventarios concluyó que los textos nebrisenses tuvieron en ese territorio “un lugar privilegiado en la oferta de la época”, circulando de mano en mano y siendo poseídos y utilizados por variadas personas: miembros del clero, funcionarios, juristas, estudiantes…. Nebrija, afirma, fue una de las presencias más constantes en las bibliotecas particulares del virreinato a través de casi tres siglos.
La gran mayoría de las referencias a las obras de nuestro autor durante el período del virreinato del Perú, se limitan a solo dos de ellas: el Arte, denominación genérica para su manual de gramática latina Introductiones latinae, que fue objeto de múltiples reimpresiones y adaptaciones a través del tiempo en las que fue “respetado, glosado, reformado e incluso acortado”; y, en menor medida, los diccionarios, el latino-español (1492) y el Vocabulario español-latino (1495?). También suele aparecer con frecuencia, especialmente en los inventarios de abogados, el Vocabularium utriusque iuris (que incluye el Iuris civilis Lexicon). Algunos otros títulos de Nebrija aparecen de forma esporádica en venta en comercios, almonedas (subastas públicas) o como parte de bibliotecas privadas.
La gramática latina de Nebrija tuvo también una presencia significativa y un rol principal en la enseñanza en el virreinato de Nueva España. Señala Ignacio Osorio Romero que: “Nebrijavino a Nueva España atrás de los conquistadores y, durante los tres siglos de dominio hispánico en México, su gramática fue el texto en que aprendieron latín todos los que en la Colonia tuvieron acceso a los estudios”.
3. El mundo del libro en el Chile colonial
El comercio y la circulación de libros en Chile durante los siglos coloniales fueron modestos –en particular durante las dos primeras centurias–, cuando se los compara con los significativos intercambios que tuvieron lugar en las principales capitales virreinales (México y Lima). En ellas, las actividades relacionadas con la impresión y el comercio de libros surgieron precozmente y mostraron un gran dinamismo, siendo habitual la posesión de estos no solo en las esferas más acomodadas de la sociedad. Chile era un territorio “pobre” y con un marcado carácter castrense de la vida que se unía a los rigores del empuje colonizador, circunstancias que distanciaban a sus pobladores de los afanes intelectuales. Por su parte, la lejanía de los centros nucleares encarecía los fletes y solía sumar intermediarios, aumentando el precio de los libros, cuyo acceso quedaba aún más restringido a una minoría.
Durante el siglo XVI no existió en Chile propiamente comercio de libros, sostiene Thayer Ojeda, luego de revisar con prolijidad los documentos oficiales hasta el año 1565. En los años inmediatamente posteriores, las menciones a impresos que halló en inventarios y testamentos le permitieron suponer que llegaron ocasionalmente o encargados especialmente al Perú. Así habrían entrado los libros destinados al culto y a las aulas de gramática, latinidad y filosofía abiertas por los conventos de Santo Domingo y por la Compañía de Jesús a fines del siglo XVI. Dentro de los libros de texto necesarios para la enseñanza y aprendizaje del latín en estas aulas podemos suponer fundadamente que estaba la gramática de Nebrija.
A fines del quinientos e inicios del seiscientos, eran “rarísimos” los textos para los oficios divinos, y “los oidores carecían de los libros de leyes más indispensables en el ejercicio de sus funciones”. En los conventos escaseaban los misales y breviarios, de tal manera que “tres o cuatro frailes” debían rezar con un mismo breviario. Coincide Mario Góngora con estas apreciaciones cuando señala que apenas hay noticias de libros en el siglo XVI y agrega que solo comienzan a aparecer documentos sobre libros en la primera mitad del XVII. En las primeras décadas de esta centuria si bien aún siguen siendo muy escasas las noticias referidas al comercio de impresos, ya es posible conocer la existencia y el contenido de algunas bibliotecas más bien modestas que estaban en poder de particulares.
Desde la segunda mitad del siglo XVII y hasta mediados del XVIII se observa un incremento en el número de libros que circularon en Chile, los que siguieron siendo importados principalmente del Perú. Las elites del país: aristocráticas, militares, funcionarias, profesionales y mercantiles, ampliaron pausadamente su posesión y consumo de libros permitiendo la creación de un mayor número de bibliotecas particulares, de dimensiones superiores a las precedentes, y de un precoz circuito de lectores. Por igual, florecieron en este período incipientes bibliotecas conventuales. Esta positiva evolución se vio favorecida especialmente con la llegada de los Borbones a España al entrar al siglo XVIII. Las reformas impulsadas por estos beneficiaron a Chile gracias a las modificaciones que introdujeron en el comercio transoceánico. La estrecha dependencia comercial que había mantenido Chile hasta entonces respecto del mercado limeño se debilitó, aunque esta plaza siguió siendo una referencia indispensable por su amplia oferta y permanente actualización.
Durante la segunda mitad del XVIII y hasta las postrimerías del período colonial, la presencia y difusión del libro en Chile creció aún más. La creación de nuevas ciudades, el aumento de población en las existentes y la estabilidad fronteriza, favorecieron el consumo de libros. Aumentaron las importaciones de textos que realizaban los comerciantes mayoristas para satisfacer las necesidades culturales, profesionales, espirituales, etc., del pequeño segmento letrado de la población. También se sumaron los libros que trajeron en sus equipajes un grupo de viajeros criollos que retornaban desde España luego de largas estadías. Surgieron bibliotecas privadas que en número y variedad superaban a las conocidas en décadas y siglos anteriores. Asimismo, las bibliotecas conventuales de las órdenes religiosas acrecentaron sus colecciones. El libro se transformó en uno de los medios más eficaces de transmisión del pensamiento y del conocimiento, principalmente entre las élites instruidas. Fue, además, el portador de las ideas y del espíritu de la Ilustración que impregnaría las mentes de los gestores del movimiento independentista.
Por su parte, la industria editorial local surgiría de forma tardía. Los primeros impresos, esporádicos y de modesta factura, aparecieron recién a finales del siglo XVIII.
El estudio del mundo del libro en el Chile colonial es aún un desafío pendiente de ser analizado a cabalidad. Su comercio y circulación, las redes en las que se sustentaba, los actores que participaban y las obras que se traficaban son aspectos en los que siguen existiendo vacíos de información. Hasta ahora, son excepcionales los documentos comerciales conocidos que dan cuenta de transacciones de libros. Las investigaciones disponibles, referidas principalmente al conocimiento de las lecturas que se efectuaron durante los siglos XVII y XVIII, están determinadas sobre todo por los inventarios conocidos de bibliotecas y por los textos educativos que fueron usados en la enseñanza primaria, secundaria y universitaria. A unas y otras fuentes nos referiremos en los siguientes apartados para analizar la presencia de las obras de Nebrija en Chile.
4. Presencia de las obras de Nebrija en las bibliotecas privadas del Chile colonial
Los trabajos existentes sobre el libro y su circulación en Chile se han orientado en su mayoría a la confección de repertorios bibliográficos. Estos compilan información extraída de variadas fuentes: inventarios de bibliotecas pertenecientes a miembros de las élites sociales, a autoridades civiles y eclesiásticas, a juristas, practicantes de la medicina,…; inventarios de bibliotecas conventuales; e información sobre libros contenida en testamentos. Gracias a estos estudios conocemos los temas y materias predominantes durante la colonia, su evolución y los títulos más recurrentes.
La información proveniente de estas fuentes ha sido utilizada para elaborar muestras que nos han permitido recopilar los textos de Nebrija que tuvieron presencia en Chile y determinar cuáles fueron sus obras más frecuentes, quienes eran los lectores que las poseían y con que finalidad las utilizaban. Con este material, y otras fuentes adicionales que se verán en los apartados finales, ha sido posible valorar el alcance e influencia que lograron los textos nebrisenses en los ámbitos de la cultura y la enseñanza colonial chilena. Sobre todo en esta última, donde el maestro lebrijano dejó una profunda huella.
– Desde los inicios de la colonización hasta 1650
Durante la primera mitad del siglo XVII aparecen las primeras bibliotecas que estaban en poder de particulares, cuyo contenido es posible conocer gracias a los inventarios que dejaron sus poseedores en testamentos o que se levantaron a su fallecimiento. La información que proporcionan estas diez bibliotecas, de modesto tamaño, se ha incorporado en una muestra. En esta se han ordenado las librerías cronológicamente, de acuerdo a la fecha en que fueron inventariadas, con la identificación de su propietario, la actividad de este, el número de libros de cada una y la indicación, en su caso, de la existencia de obras de Nebrija:
– Pedro Lisperguer Flores (1618), encomendero, unos diecinueve volúmenes.
– Francisco Maldonado de Silva (1627), médico, poseía “ciento y tantos cuerpos de libros”, de ellos se conocen 58 volúmenes “de medicina, filosofía, historia y literatura”, que quedaron registrados en el inventario efectuado al momento de ser incautados.
– Águeda Flores (1632), encomendera, 36 volúmenes.
– Alonso del Campo y Lantadilla (1632), gran mercader, doce libros.
– Gaspar de Narváez y Valdelomar (1632), oidor de la Real Audiencia, 94 “cuerpos de libros de leyes”, entre ellos se halla el único libro de la autoría de Nebrija hallado en esta muestra, un ejemplar denominado “Dictionarium iuris civilis” (que debe ser el Iuris Civilis Lexicon, cuya primera edición es de 1506).
– Melchor Jufré del Águila (1637), encomendero y cronista, 80 libros, en su mayoría teológicos.
– Gonzalo Martínez de Vergara(1644), encomendero, once libros.
– Bartolomé de Astorga(1649), encomendero, cuatro libros.
– Francisco Rodríguez de Ovalle(1650), “alto encomendero”, nueve libros.
– Nicolás Octavio (1651), mercader genovés, veinticinco libros, reunidos durante la primera mitad del XVII.
– 1650 a 1750
Isabel Cruz de Amenábar es autora de un estudio acerca de la cultura escrita y los libros y bibliotecas que existieron en el país entre 1650 y 1820. Su trabajo lo dividió en dos períodos: uno que abarca desde 1650 a 1750 y otro desde 1750 a 1820. La muestra que elaboró para el primero de estos lapsos comprende los datos de diecisiete bibliotecas (considerando como tales incluso a aquellas que tenían menos de 20 libros) que sumaban 2.350 volúmenes. Los propietarios de las más importantes que incorporó fueron: Ana Ternero y Arrieta; Pedro de Azaña (Hazaña); Francisco Machado de Chávez; Juana de Urdanegui; Próspero Solís de Ovando (de Solís Vango); y Pedro de los Ríos y Ulloa. En los resultados de esta muestra la presencia de obras nebrisenses es exigua y se remite solo a “dos Artes de Tablillas de Antonio de Nebrija que son, seguramente, su famosa Gramática sobre la lengua Castellana” y un ejemplar de las “Reglas de Ortografía Castellanas”.
Además de las bibliotecas mencionadas en la muestra recién reseñada, existieron en este período otras que estuvieron en manos de miembros de las élites aristocráticas, del clero, de profesionales y también de un “pobre”, un mercader, un corregidor, un militar, un boticario y un agricultor. Estas quince librerías nos han permitido elaborar nuestra propia muestra:
– Francisco de Escalante (1654), “pobre”, cerca de veinte obras misceláneas.
– Francisco González de Elgueta (1657), mercader, diecinueve libros.
– José González Manrique (1687), abogado de la real audiencia, 117 obras de derecho.
– Sancho García de Salazar (1688), oidor de la real audiencia, 225 volúmenes.
– Francisco de Larrinaga (1699), corregidor de Cuyo (que formó parte de la Capitanía general de Chile hasta 1776), unos sesenta libros, entre ellos uno descrito como “Vocabulario de lenguas, chico”, que seguramente es el Vocabulario español-latino de Nebrija.
– Fernando Amado (1702), militar, seis libros religiosos.
– Luis Francisco Romero (1707), obispo de Santiago, 145 títulos y 346 volúmenes, entre ellos un “Vocabulario de Nebrija, 1 tomo”.
– Juan José Calderón (1727), boticario, 108 volúmenes, uno de ellos corresponde a un “Vocabulario de Nebrija”.
– Basilio Echeverría (1731), abogado, veintiséis libros de derecho.
– Juan Bravo del Rivero (1737), abogado y obispo de Santiago, 974 libros, uno de ellos es el Vocabulario utriusque iuris, “que podría ser la obra del mismo título de Antonio de Nebrija”.
– Manuel Antonio de Escalante (1738), acomodado agricultor, 31 volúmenes, de ellos sobresalen “dos Artes de Nebrija”.
– Juan Antonio de Leiva Sepúlveda (1744), sacerdote, unos cien volúmenes.
– Miguel Jordán de Ursino (1746), bachiller en medicina, 77 títulos.
– José de Toro Zambrano (1746), obispo de Concepción, 236 volúmenes, entre los cuales se halla uno descrito como “Nebrija, Vocabulario, 1 t.”.
– Francisco Ruiz de Berecedo (1746), oidor de la real audiencia. No se conoce el inventario de su biblioteca. No obstante, Barrientos Grandón estima en cerca de novecientas las obras que la conformaban. Un estudio logró identificar 259 que se hallan en el Museo del Camen de Maipú. Heredó esta biblioteca su sobrino nieto el sacerdote Manuel de Alday y Aspée.
– 1750-1818
La mencionada Isabel Cruz de Amenábar elaboró una muestra que cubre este período utilizando los datos de los inventarios de veintidós bibliotecas (quince de ellas contienen más de veinte títulos) hallados en los archivos de Escribanos y Notarios de Santiago. Los inventarios analizados engloban un total de 1.439 títulos y 2.690 volúmenes. Las bibliotecas de mayor relevancia son las del gobernador de Chile Antonio Guill y Gonzaga (1768), 382 volúmenes; la de Francisco Antonio de Avaria (1797), 568 volúmenes; la de José Joaquín de Ostolaza (1797), 148 volúmenes; y la del médico José Llenes (1805), 347 volúmenes. Los resultados de esta muestra no hacen mención alguna a la presencia de obras de Nebrija dentro de los inventarios consultados.
Para el mismo período hemos elaborado nuestra propia muestra. Las diecinueve bibliotecas que han sido consideradas son las siguientes:
– Diego Tomás Andía y Varela (1753), piloto mayor, diecisiete libros, uno de ellos es un “Arte de Nebrija”.
– Manuel de Alday y Aspée (1755), obispo de Santiago, 1.095 volúmenes. En su inventario aparece un “Bocabulario de Nebrixa” con el título de Dictionarium Aelii Antonii Nebrissensis, gramatici, cronographie regii, immo quadruplex eiusdem antiqui Dictionarium suplementum. Cuando falleció en 1788 su biblioteca había aumentado a 2.058 volúmenes, sin embargo, de ella no hay una relación detallada.
– Tomás Durán y Rabaneda (1759), abogado, 565 libros, uno de ellos es el Vocabularium utriusque iuris de Nebrija. En este inventario se hallaban además “los vocabularios y diccionarios de Antonio de Nebrija”, que seguramente eran el Vocabulario español-latino y el Diccionario latino-español.
– Santiago de Tordesillas (1766), doctor en leyes, 330 volúmenes, conteniendo un ejemplar del “Vocabulario utrusque juris”, que seguramente es el de Nebrija.
– José Zeitler (1767), sacerdote jesuita, 130 volúmenes, principalmente de medicina.
– José Valeriano de Ahumada (1767), doctor en leyes y rector de la Real Universidad de San Felipe, 1.499 libros. No se conoce el inventario, pero se sabe que en su mayor parte eran textos de jurisprudencia e historia. En 1772, tras la muerte de su hijo Gaspar de Ahumada, se inventariaron detalladamente unos cien libros que pertenecieron a la biblioteca de su padre.
– Fernando Bravo de Naveda (1778), abogado, 380 libros.
– Domingo Martínez de Aldunate (1778), oidor de la real audiencia, 654 volúmenes.
– Juan Bautista Verdugo (1779), oidor de la real audiencia, 209 títulos y 548 volúmenes, entre los cuales aparece el Vocabularium utriusque iuris de Nebrija.
– Francisco José de Marán (1780), obispo, 216 títulos y 997 volúmenes.
– José Clemente de Traslaviña y Oyagüe (1780), oidor de la real audiencia, 236 títulos.
– Luis de Santa Cruz y Zenteno (1784), oidor de la real audiencia, 89 títulos.
– Juan Hipólito Suárez Trespalacios y Escandón (1788), oidor de la real audiencia, 206 títulos. En este inventario hay seis obras, algunas de impronta nebrisense, cuyo autor no aparece identificado. Cuatro de ellas tituladas, con alguna variación: “Vocabularium utriusque iuris”, que pueden tratarse de ediciones de la obra de Nebrija, de la misma obra ampliada a inicios del XVII por Alexander Scot (Scoto o Scotus) o, con menor probabilidad, de la obra de Béat Philippe Vicat, segunda mitad del XVIII, “que no usa a Nebrija de forma directa”. También se encuentran sin identificar: “Dos tomos en folio Diccionario de Rubines” y “Diccionario de Rubios”. Se trata en ambos casos, sin duda, del Dictionarium redividum latino español de Alonso (o Ildefonso) López de Rubiños. Este clérigo efectuó un “trabajo de actualización, edición crítica e inclusión de comentarios y de índices geográficos del gran Diccionario latino […]” de Nebrija, el que fue impreso el año 1754 en Madrid en dos tomos, “in folio”.
– José Sánchez Villasana (1790), abogado, 794 libros.
– Francisco Antonio Moreno y Escandón (1792), regente de la real audiencia, 264 volúmenes. – José Teodoro Sánchez de Loria (1812), abogado, adquirió en 1790 la biblioteca de José Sánchez Villasana. En el inventario de 1812 encontramos una obra atribuida a Nebrija registrada con el título de “Prosodia”, seguramente se trata de alguno de aquellos textos que se presentaban como “explicaciónes” al libro V de la gramática nebrisense. También hay un Vocabularium utriusque iuris de Nebrija, en su versión compilada y mejorada por A. Scot.
Otras tres bibliotecas de interés, que aunque inventariadas después de la Independencia contienen obras adquiridas a fines del XVIII y la primera década del XIX, son las de Vicente de la Cruz y Bahamonde, Manuel de Salas y José Antonio de Rojas. El inventario de la biblioteca de De la Cruz se efectuó en 1824 y contiene 38 títulos. El catálogo de la librería de Salas es del año 1832 y comprende 694 títulos. Uno de ellos es el “Diccionario de Nebrija”, editado ampliado por el ya mencionado Rubiños. Por último, la biblioteca de José Antonio de Rojas fue inventariada en 1840 y estaba conformada por 472 títulos y 2.155 volúmenes.
– Las bibliotecas conventuales coloniales
Las órdenes religiosas fueron capaces de conformar durante el período colonial las bibliotecas de mayor tamaño por número de volúmenes, destacando especialmente las jesuíticas.
La biblioteca jesuita del Colegio Máximo de San Miguel en Santiago, que fue establecida en 1751, fue inventariada en 1767 al momento de la expulsión de la Compañía, revelando la presencia de unos 6.100 volúmenes. Deben sumarse a ellos los que se encontraban en las librerías existentes en los diversos colegios, residencias y misiones desde Copiapó a Chiloé, que sumaban otros quince mil más. En la revisión que efectuamos del inventario del Colegio santiaguino encontramos dos obras de Nebrija: una denominada “Nebricensis Gramª. t.º en 8.º” y otra “Nebrija Commentaria t.º en 8.”. En ambos casos se trata del manual de gramática latina de Nebrija.
La biblioteca de la Recoleta Dominica de Santiago fue fundada en 1753 de manera contemporánea a la creación del convento de Santo Domingo. Desde su fundación hasta el año 1823 llegó a sumar 2.385 volúmenes. El primer catastro pormenorizado de los títulos se efectuó el año 1910. De conformidad al contenido de este, el total de volúmenes bibliográficos sumaban 23.265. El catálogo de 1910 registra tres obras nebrisenses: “De institutione grammaticae. Parisiis. 1827”; otra De institutione grammaticae, identificada como “Id. edit. Campo y Lago. Parisiis. 1878”; y un “Dictionarium latinum hispanicum. Edit. López de Rubiños. 2 vol. Matriti. 1878”.
La biblioteca del Convento de San Agustín llegó a contar a fines de la colonia con cerca de tres mil volúmenes. Un catálogo de esta biblioteca bastante posterior, elaborado el año 1896, registra la presencia de cuatro libros del maestro lebrijano: “Nebrija.– De Instit. Gramaticae”, (s.f.) [sin fecha]”; “Nebrissensis AElii Antonii.– De Instit. Grammaticae. (Paris, 1840)”; y por último dos ejemplares del “Nebrissensis Antonii.— Diction. redivivum (Matriti, 1778 y 1754)”. Estos últimos deben corresponder a las ediciones de esos años, enmendadas y publicadas por López de Rubiños.
El inventario de la biblioteca de los franciscanos, efectuado en 1799, sumaba 3.032 volúmenes que se hallaban clasificados en nueve diferentes materias y se ordenaban de acuerdo a su formato. Los libros de la autoría de Nebrija presentes en este inventario comprenden: un “Vocabularium utriusque Juris”, 8º; un ejemplar denominado “Ferdinandi, et Elisabethae Regum Hispaniae” (que corresponde al Ferdinandi ac Helisabethae Hispaniae Regum clarissimorum profectio ad divinum Iacobum, cuya primera edición es de 1491); y la obra Introductiones in grammaticam Latinam, en folio (se trata de una versión de las Introductiones latinae de Nebrija, que en ediciones posteriores fue variando el título).
La biblioteca del Convento de la Merced de Santiago contaba con unos 230 volúmenes según señala el inventario efectuado en 1676. Unos años después, en 1693, sumaba ya 566 textos que a mitad del siglo XVIII ascendían a 756, de los que: “ Con la pequeña excepción de tres o cuatro libros toda la biblioteca en los tiempos de la colonia era de carácter místico”. En el inventario de 1676 se halla incorporado un ejemplar de: “El Vocabulario de Antonio”, que seguramente se trata del Vocabulario español-latino de Nebrija o de su Diccionario.
– Conclusiones
Los inventarios de libros utilizados en nuestras propias muestras presentan en algunos casos dificultades para la identificación precisa de los ejemplares nebrisenses, pues consignan de forma parcial el nombre del autor o el título, y solo rara vez el lugar de edición, el año y su formato (octavo, cuarto,…). No obstante, hemos podido registrar un conjunto de obras que o bien son de la autoría directa de Nebrija o se trata de versiones reformadas o enmendadas de ellas.
Antes de 1650 solo figura una obra en las modestas bibliotecas privadas de esa época. Se trata del diccionario jurídico en poder de Gaspar de Narváez. En el período que media entre 1650 y 1750 aparecen diez textos, de los cuales ocho corresponden al Arte y el Vocabulario. Desde 1750 hasta 1818 surgen trece, debido a la mayor presencia de bibliotecas de abogados, poseedores de al menos cinco ejemplares del Vocabularium utriusque juris. También destaca la presencia de seis ejemplares del Vocabulario y Diccionario (éste en la versión enmendada de Rubiños), de un Arte de la lengua latina y de una Prosodia referida al libro V del Arte. Por su lado, en las bibliotecas conventuales predomina la presencia del Arte de Nebrija con siete ejemplares, seguida por el Diccionario y el Vocabulario con cuatro, dentro de un total de trece obras.
En los resultados globales, el Arte y los vocabularios o diccionarios representan cerca de un 80% del total de las obras nebrisenses encontradas. El Arte, como se denominó desde los inicios a las Introductiones latinae (Gramática latina) y a su posterior versión reformada, se convirtió en un verdadero bestseller colonial. Esta obra tuvo presencia en algunas bibliotecas locales, pero, como veremos en el siguiente apartado, principalmente abundó en colegios, seminarios y en todos los sitios en los que se impartían cursos de aprendizaje de la lengua latina, pues se trataba de un texto obligatorio de enseñanza. En un segundo plano, destacan en los muestreos los diccionarios y vocabularios de la lengua, el latino-español y el español-latino, y el Diccionario de Nebrija editado por López de Rubiños.
Dentro de la amplia producción intelectual de Nebrija, estas obras llegaron a ser las más conocidas y divulgadas en Chile, al igual que sucedió en toda la América española. No obstante, su presencia en las bibliotecas locales no tuvo el enorme alcance que consiguieron en aquellas situadas en los territorios neurálgicos del Nuevo Mundo.
Menor difusión alcanzó, por tratarse de una obra de consulta especializada, el diccionario jurídico de Nebrija, el Iuris civilis Lexicon, que comenzó a ser editado desde mediados del XVI conjuntamente con el Vocabularium utriusque iuris (anónimo). Ambos textos fueron conocidos por esta última denominación y lograron “un gran éxito editorial”. Aparece el Vocabularium repetidas veces en nuestra compilación como consecuencia del gran número de hombres de derecho presentes en ella. Una circunstancia que se dio en toda la América hispana, pues los abogados y los eclesiásticos fueron los propietarios de las bibliotecas privadas más importantes.
Por último, en la recopilación figuran ejemplares únicos de otras dos obras de Nebrija, una es el Ferdinandi ac Helisabethae Hispaniae Regum clarissimorum profectio ad divinum Iacobum, cuya primera edición es de 1491, y la otra son las Reglas de Orthographía de la lengua castellana, cuya primera edición impresa es del año 1517. Este texto representó el “primer intento explícito” para la regularización ortográfica del idioma español y se le puede considerar como “fundacional”, pero no tuvo repercusión en la América hispana.
5. La importancia del latín y la influencia determinante del manual de Nebrija en su enseñanza en el Chile colonial
El latín fue hasta finales del siglo XVIII la lengua cultade Occidente y un idioma vehicular común utilizado principalmente por la Iglesia, la ciencia, el derecho y la medicina, extendiéndose su uso también a las matemáticas, los estudios clásicos e incluso los elementales. Su aprendizaje era preceptivo para conocer de forma directa las fuentes greco-latinas de nuestra civilización y un medio necesario para acercarse a la alta cultura escrita. Una persona instruida se expresaba de forma apropiada en latín y conocía la cultura clásica y los textos latinos, formación que le otorgaba un reconocimiento e identidad y lo integraba a una élite que asumía la forma de una comunidad que trascendía los límites de territorios y reinos.
Durante gran parte del siglo XVI el manual de Antonio de Nebrija, Introductiones latinae, también conocido como el Arte, predominó de facto en la enseñanza del latín en España y el Nuevo Mundo. Desde 1601 una versión de ese manual, reformada por Juan Luis de la Cerda y denominada Aelii Antonii Nebrisensis de institutione grammaticae libri quinque(que no alteró en lo sustancial el original), se vio favorecida con un refrendo real que la convirtió en texto obligatorio para el aprendizaje del latín en los dominios hispanos, quedando su hegemonía establecida oficialmente.
Dentro de las primeras huestes conquistadoras y colonizadoras llegadas a Chile se encontraba el primer maestro de escuela que enseñó las primeras letras en Santiago en 1547. En los siguientes años fueron llegando otros desde Perú. El primer maestro conocido de gramática latina en Chile fue el clérigo Juan Blas, que había cursado estudios de Arte y Teología en Lima. Blas aparece en 1578 enseñando gramática, “es decir, latinidad o arte de Nebrija”, a los minoristas de la catedral de Santiago en la escuela allí establecida. Si bien desde los inicios existieron escuelas de primeras letras dependientes de los cabildos, su número fue escaso y su existencia más bien precaria. La enseñanza primaria y de la doctrina religiosa quedaron prontamente entregadas a sacerdotes y frailes y poco después a las órdenes religiosas que sucesivamente se instalaron en el territorio del reino de Chile durante el XVI. Las órdenes llegaron a ser los principales educadores en el Chile colonial. Asumiendo la mayor parte de la responsabilidad educativa en sus tres niveles, primaria, secundaria y universitaria.
Destacó en particular la Compañía de Jesús que levantó la red educacional más amplia y poderosa del territorio, “entre 1593 hasta 1767 enseñó el latín con una universalidad pocas veces alcanzada en el país”. Los establecimientos jesuitas en los que se estudiaba la gramática latina sumaban doce en 1716, distribuidos entre La Serena y Chiloé. El Colegio Máximo de San Miguel era el principal de la orden y tenía el rango de Universidad Pontificia. En este se utilizó inicialmente para el aprendizaje del latín un texto del padre jesuita portugués Manuel Álvares, continuó luego la enseñanza con el Arte de Nebrija y posteriormente con el Aelii Antonii Nebrisensis de institutione grammaticae libri quinque (durante el XVIII se sumaría al anterior el del jesuita novohispano, Santiago de Zamora, quien revisó los libros IV y V del Arte de Nebrija reorganizando las reformas efectuadas por de la Cerda). En los demás establecimientos jesuitas de enseñanza (incluido el Colegio real seminario de Chillán, creado para educar a los hijos de los caciques del estado de Arauco) se utilizaron estas mismas obras hasta la expulsión de la Compañía en 1767.
El Colegio franciscano de San Diego de Alcalá en Santiago, también hizo uso de la gramática de Nebrija. Al igual que el Colegio de Naturales de Chillán, que pasaron a dirigir en 1786. Este señalaba en sus constituciones de 1790 que: “El régimen que se ha de observar en la enseñanza de la gramática en todas sus partes, será con arreglo al orden que sigue: ‘Antonio de Nebrixa,…’”.
En los colegios de las otras órdenes religiosas (mercedarios, dominicos y agustinos), también se aprendió de manera preferente el latín con la ayuda de la gramática de Nebrija.
La obligatoriedad del uso del texto nebrisense durante un período tan extenso y el prestigio que acompañaba a su autor, convirtieron el llamado Arte de Nebrija o coloquialmente “el Antonio” en la gramática latina por antonomasia. Los autores locales más reputados, al referirse a esta obra, daban por sentada su condición de libro base para la enseñanza del latín en el país. Francisco Antonio Encina señala que durante el XVII: “La línea maestra de la enseñanza de las escuelas de gramática, (…), la constituía el estudio del latín, en el texto de Nebrija o en otro más elemental”. Agrega Encina que un siglo después se seguía utilizando la gramática de Nebrija, “en cursos que solían durar tres o cuatro años”. Por su parte, Barros Arana relata que en el XVIII: “Cuando el niño sabía pocomás que pronunciar lasletras del alfabeto, o cuando apenas podía leer malamente una página sin comprender su sentido, se ponía en sus manos la gramática latina deAntonio deNebrija”. Vicuña Mackenna asegura que: “Así, en Chile, antes de 1810, todo se aprendía en latín. El primer libro que se ponía en manos de un niño, después del silabario, era el Arte esplicado de Nebrija”. El presbítero José Ignacio Víctor Eyzaguirre afirma que durante el XVIII: “Un hombre pobre para principiar latinidad, primer ramo que entonces se enseñaba en la carrera científica, tenía que comprar su nebrixa…”. Por último, el sabio Andrés Bello, en los comentarios que efectuó hacia 1855 al Diccionario de galicismos de Rafael María Baralt, señalaba: “Apelo sobre ello a todas las gramáticas anteriores al año de gracia de 1854. Bástenos citar a los lectores de cierta edad, la que era más manoseada en las aulas de latinidad hasta casi nuestros días: el Arte de Nebrija”.
Las múltiples menciones referidas al amplio uso de la gramática nebrisense durante el período colonial, sumadas a su uso preceptivo, permiten suponer que debieron llegar al país cientos de ejemplares de ella cada año (para satisfacer los pedidos de los colegios y seminarios, los de aquellos jóvenes que se incorporaban al ciclo de aprendizaje de la lengua latina y los de alumnos que buscaban reemplazar aquellos manuales que se desbarataban debido a su intensivo uso diario). Sin embargo, son escasos y de época tardo colonial los registros conocidos de transacciones comerciales que dan cuenta de la importación de gramáticas de Nebrija, marcando un fuerte contraste con la profusión de noticias de este tipo de operaciones existente en el Perú. Solo es posible consignar dos documentos de esta especie. Uno de la Real Audiencia que da cuenta de la importación que efectuó en 1743 Silvestre Fernández de Valdivieso de 35 cajas y dos petacas de impresos. En su mayor parte estaban destinados a venderse en La Paz y consistían en 194 títulos y unos 1.500 volúmenes, dentro de los cuales se encontraban unas Artes de Gramática que seguramente eran de Nebrija. El otro documento es una “Lista de los libros encargados a España por don Manuel Riesco en Diciembre de 1807”, en la que se consigna el pedido de “200, Artes, de Antonio Nebrija, (…); que no estén errados en la imprenta, pues se han quejado de esto con los que vinieron de Barcelona”.
6. La gramática latina de Nebrija en la enseñanza durante las primeras décadas de la República
Desde los inicios del proceso independentista los prohombres que se dieron a la tarea de organizar la nueva república concibieron un sistema educacional con un Estado docente y de proyecciones principalmente públicas, que estuviese en sintonía con los nuevos tiempos. Se trataba de formar ciudadanos “útiles e industriosos” para fomentar el desarrollo del país. No obstante, se mantuvo una cierta continuidad del sistema educativo colonial, de tal forma que la educación humanista siguió ocupando un lugar central y la enseñanza del latín mantuvo su carácter de preceptiva.
La primera reforma educativa importante que se gestó, buscando privilegiar la enseñanza pública, fue la creación de un gran colegio que integró a las principales instituciones formadoras de la capital. En 1813 se fundó el Instituto Nacional, que fue al mismo tiempo colegio laico y seminario. Su plan de estudios inicial contemplaba una cátedra de lengua latina, dividida en minoristas y mayoristas. Los primeros estudiarían “las lecciones por Nebrija”. Debido a las luchas independentistas el Instituto debió cerrar en 1814, siendo reabierto el año 1819. Desde entonces, el Instituto se constituiría en el centro formador de la élite intelectual y dirigente del país.
El manual nebrisense siguió siendo usado ampliamente en la enseñanza del latín, como lo corrobora el encargo que efectuó en 1821 el Tribunal de Educación Pública (un organismo creado en 1813 para dirigir la enseñanza del país) a libreros de Londres solicitando el envío de ejemplares de la gramática de Nebrija “y otros libros didácticos”.
No obstante, durante la década de 1820 el declive de la influencia del texto de Nebrija se comenzó a evidenciar. En 1830 se retiró del Instituto Nacional el último profesor de latinidad que utilizaba la gramática de Nebrija y con ello la pugna entre la gramática antigua y la moderna cesó. Para satisfacción de aquellos que querían dejar atrás los vestigios del pasado hispanocolonial y de quienes pensaban que el Arte de Nebrija era un texto desfasado y superado por otros más progresistas e innovadores. Percepción que era compartida también en España, donde el manual ya había perdido su gloria educativa de otros tiempos.
La hegemonía de la gramática de Nebrija en Chile, que se había extendido por casi dos siglos y medio, definitivamente abandonaba el ámbito de la enseñanza pública, la de influencia más gravitante entonces. Pero la controversia continuaría durante los siguientes años entre el Instituto y los colegios particulares, de corte tradicional, que eran partidarios de continuar con el texto nebrisense, al igual que los colegios conventuales y el Seminario.
Chile no estuvo ajeno a esta evolución y desde la tercera década del ochocientos se conocieron en el país otras gramáticas de orientación moderna que postergaron aún más la de Nebrija. Entre ellas estaban las de: Francisco Bello; Jean L. Burnouf (utilizada, al igual que la anterior, en el Instituto Nacional); Luis Mata y Araujo, utilizada en el Seminario de Santiago en 1863; Alejandro Mei, impresa en 1860 en Copiapó; Justo Florián Lobeck, denominada Gramática Elemental de la lengua latina (1864); y la Hispano-Latina de Raimundo de Miguel, impresa en Chile en 1869.
Todavía en 1863 la gramática latina de Nebrija era utilizada por “uno que otro Colegio”. El de San Ignacio (fundado en 1856 por los jesuitas) la seguía considerando como su texto de referencia para enseñar la lengua latina en Chile. Persistencia que causa cierta perplejidad pues desde fines del XVIII en España se habían ido sustituyendo paulatinamente los manuales “barroco-jesuíticos” (el Arte de Nebrija y el de Manuel Álvares), por nuevas gramáticas latinas de corte más racionalista e ilustrado que seguían la óptica port-royalista, como las de Juan de Iriarte y Calixto Hornero.
Al progresivo eclipse del uso del texto nebrisense en Chile, iniciado en la década de 1830, se sumó durante la segunda mitad del XIX la gradual salida de la enseñanza del latín de los planes de estudios oficiales. Finalmente, en 1901 se decretó la supresión en el sorteo para bachiller en humanidades de “las tesis correspondientes al latín” siendo sustituidas “por una referente a francés y otra referente a inglés o alemán”. Después de lo cual, en palabras de Walter Hanisch, “el latín muere para siempre” en Chile.
A modo de conclusión final, queda de manifiesto que la obra de Antonio de Nebrija tuvo una gran influencia en el ámbito de la enseñanza y la cultura chilena durante la época colonial. Fue en particular su gramática latina, denominada inicialmente Introductiones latinae y luego Aelii Antonii Nebrisensis de institutione grammaticae libri quinque, el manual por excelencia para el aprendizaje del latín, idioma que fue usado como instrumento vehicular para la transmisión del conocimiento especializado y la comunicación dentro de la minoría instruida. Menor fue la relevancia que alcanzaron otros textos: el Vocabulario, los diccionarios y el Vocabularium, que fueron utilizados como elementos de consulta, y en ocasiones de estudio, por profesionales de diversas ramas del saber y por personas ilustradas.
Nota: Una versión de este estudio descargable en formato PDF se encuentra en la web del autor: garciacuerdas.com (agosto 2023).
Portada de las Introductiones (Gramática Latina),
edición publicada en Granada, 1552
Portada del Diccionario Latino-hispano,
edición de Granada, 1536
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
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Ibid., 100-01.
La denominación Tierra Firme se utilizaba en la época para referirse al litoral atlántico de los actuales países de Venezuela, Colombia y Panamá. Ver en Nelson González Ortega, Colombia: Una nación en formación en su historia y literatura (siglos XVI-XXI), (Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, 2021), 122.
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Pedro J. Rueda Ramírez, “El comercio de libros con América en el siglo XVII: el registro de navíos en los años 1601-1649”, (Tesis doctoral, Universidad de Sevilla, 2002), 81. http://hdl.handle.net/11441/15221.
Ibid., 642-43.
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Ibid., 827, 836-37.
Ibid., 844.