Matías Granja Rafel, el rey español del salitre chileno; y el inesperado destino de la cuantiosa fortuna que forjó

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Con parte del dinero que recibió Laura Mounier, su viuda, pudo construir el Palacio de Marivent, que hoy es la residencia de la Familia Real en Mallorca

Por Juan Antonio García-Cuerdas

En la zona pirenaica de la provincia de Lérida (Cataluña) se encuentra la comarca del Pallars. Hacia el norte limita con Francia, hallándose por el oeste a escasos km del valle de Arán y por el este de Andorra. A mediados del siglo XIX la principal localidad de la zona era Sort, con una población que rondaba los mil cien habitantes. En ella nació Matías Granja Rafel el año 1840, quien descendía de la casa familiar denominada “casa Cota” (nombre con el que décadas después bautizaría uno de sus ingenios salitreros). 

Si bien Sort se hallaba dentro de un área caracterizada por sus montes escarpados, la villa se situaba en la zona inferior de un fértil valle a una altitud de 692 m, beneficiándose de un clima mediterráneo de montaña. Desde antiguo los habitantes de Sort pudieron dedicarse a la agricultura y a la ganadería de subsistencia, vendiendo los excedentes de cereales y las crías de ganado vacuno y caballar en diferentes ferias fuera de la población. Sin embargo, las expectativas de desarrollo personal eran escasas, motivando la emigración, durante el siglo XIX, de los más jóvenes tanto hacia las ciudades como a América.

Matías Granja sale de Sort y llega a Chile en 1862

Según la tradición popular erudita recogida en el mismo Sort, Matías Granja emigró de su pueblo a los 15 años de edad para dirigirse a Barcelona, desde donde, luego de una breve estadía, se trasladó a Bilbao. Allí conoció e hizo amistad con Juan Higinio Astoreca y Astoreca (Bermeo, Vizcaya, 1840-Iquique, 1903) que con el tiempo sería su socio y cuñado. Ambos amigos, de carácter resuelto y espíritu emprendedor, decidieron el año 1862 esconderse en las bodegas de un vapor que salía desde Bilbao hacia Valparaíso. Luego de dos años de permanencia en esta ciudad, se dirigió por la vía marítima hacia Cobija, entonces un puerto boliviano y hoy una caleta pesquera situada en la región de Antofagasta (1).

     Cobija tenía en aquel tiempo una población en torno al millar de personas, dedicados en su mayoría a las actividades mineras. Uno de los vecinos principales era el acaudalado comerciante y empresario Juan Sáez y Torres (La Coruña, 1825-Valparaíso, 1891), quien había llegado en 1850 a este puerto. Sáez contrató como empleado de confianza a Matías Granja, el que así pudo principiar su aprendizaje mercantil y vislumbrar la importancia que tendría la industria del salitre. En 1870 inició su propio camino en el comercio y enseguida se asoció con su amigo Higinio Astoreca (que se casaría con Felisa Granja Rafel). Juntos lograron crear una red de tiendas situadas en varias localidades del norte de Chile y en ciudades fronterizas de Perú y Bolivia, las que proveían con productos europeos que compraban a los grandes importadores de Valparaíso. El éxito económico no se hizo esperar y enriqueció pronto a ambos socios (2). A mediados de la década de 1880 Astoreca dejó la sociedad para trasladar su residencia a España.

Matías Granja contrae un fugaz matrimonio y posteriormente logra formar una familia

Si bien en el ámbito económico la fortuna comenzaba a sonreírle y su patrimonio se incrementaba velozmente, en la esfera de su vida personal tomó una decisión inconveniente que le traería en el futuro consecuencias desagradables, que no fue capaz de prever. En 1874 conoció en Valparaíso a la joven francesa Laura Mounier Boucher (Niza, 1851-íd., 1937), cantante y bailarina en un grupo de variedades que estaba de paso por Chile actuando en teatros locales. Granja se enamoró impulsivamente de ella y decidió proponerle matrimonio, el que tuvo lugar en Iquique poco después. Los cónyuges se mantuvieron juntos durante breves años pues, por razones que se desconocen, Laura Mounier resolvió retornar a Francia (allí tenía un hijo de corta edad). La separación física de los esposos llevó a Granja más tarde a emparejarse con una viuda, Paula Navarro, con la que tuvo dos hijas: Laura Granja Navarro, nacida en 1882/3 (?); y Zarina Granja Navarro, en 1884 (3).

Matías Granja abandona el comercio y entra enérgicamente al negocio salitrero

Luego de la partida de Astoreca, su primer socio, Matías Granja dejó el comercio y formó en 1885 una sociedad con Baltasar Domínguez Lasierra (Galicia, 1850/1 (?)-Santiago de Chile, 1901) y Antonio Lacalle Gómez de Arteche (Azofra, La Rioja, 1857-Viña del Mar, 1917), para participar en el negocio de la producción y exportación de salitre. En 1886 adquirieron la oficina productora de este mineral llamada La Salvadora. Luego de este primer paso vendrían otros en los siguientes años, comprando oficinas (Cruz de Zapiga y Nueva Rosario), además de paquetes de acciones de compañías salitreras que buscaban controlar. En 1894 Antonio Lacalle se retiró de la firma para operar junto a sus hermanos la oficina Iberia, ubicada en Tocopilla. Los socios restantes crearon en Iquique el año 1894 la sociedad colectiva Granja y Domínguez, a la que aportaron todos sus activos mineros. En 1901 falleció Baltasar Domínguez y un año después Matías Granja compró a sus herederas la participación del 50% que mantenían en la sociedad. Nacía así la firma Granja y Cía., una de las más grandes productoras de salitre de Chile (si no la más) de propiedad de un único titular. A ella incorporó todos sus activos en Tarapacá y Antofagasta: el 60% de la oficina La Granja, el 60% de las oficinas Iberia y San Miguel, las oficinas Democracia, Aragón, San Francisco, Cataluña, entre otras; todos los derechos y operaciones activas en el distrito de Aguas Blancas; y además, el puerto de Coloso y la línea férrea que lo servía, como veremos a continuación (4). 

Construcción de una línea férrea y del puerto de Coloso 

Desde 1897 Granja venía fraguando un proyecto grandioso. Junto a su socio Domínguez habían adquirido en la zona de Aguas Blancas (hoy provincia de Antofagasta) valiosas pertenencias salitreras, cuya explotación era exigua pues tropezaba con dificultades geográficas para transportar el mineral a la costa y embarcarlo. Granja concibió la creación de una línea férrea propia que recogiese el salitre desde sus ingenios en la zona (Pepita, Bonasort y Cota) y lo llevase a la caleta Coloso (situada a unos 16 km al sur de Antofagasta), donde levantaría un puerto para despacharlo. Los primeros trabajos de construcción del ferrocarril se iniciaron en 1898 y en 1902 fue inaugurado. La línea tenía 98 km de longitud desde la oficina Pepita hasta el puerto, llegando a contar tiempo después con decenas de locomotoras y centenares de vagones para su servicio. Por su parte, en Coloso se construyeron malecones, muelles, maestranzas, bodegas, planta desalinizadora de agua, usina eléctrica, poblaciones para empleados y obreros, etc. A la par, se fue levantando un pueblo con todo tipo de servicios (escuela, hotel, teatro, pulpería, iglesia, bomberos, etc.) para atender las actividades del ferrocarril y sus trabajadores, el que llegaría a albergar a más de dos mil habitantes (5). El costo de todas estas obras se estimaba en 946.832 libras esterlinas (6), (equivalente a unos 1.047 millones de libras el año 2020), (7).

La riqueza salitrera que brotaba de la zona de Aguas Blancas, junto a la producción de sus otras pertenencias mineras, habían convertido a Matías Granja en 1906 en el segundo exportador de salitre chileno y en uno de los hombres más ricos del país. Sin embargo, estos satisfactorios logros económicos estaban siendo amenazados, al menos desde 1901, por una delicada situación personal cuyo desenlace lo mantenía angustiado en su fuero íntimo.

Laura Mounier retorna desde Francia e inicia una batalla legal en los tribunales de Chile

A inicios del nuevo siglo Laura Mounier estaba de regreso en Chile, sin duda ya informada de la acaudalada posición de su marido. En septiembre de 1902 entabló una demanda contra Matías Granja “sobre divorcio perpetuo y liquidación de la sociedad conyugal”, con el fin de obtener la mitad de los bienes (gananciales) que le correspondían dentro de la totalidad del patrimonio formado por su cónyuge. En los siguientes años la salud de Granja comenzó a debilitarse progresiva e irreversiblemente. Una consecuencia de este acelerado deterioro físico fue el acuerdo al que llegaron ambas partes litigantes el 20 de junio de 1906, mediante el cual pusieron término al juicio de divorcio, siendo una de las bases de este desistimiento el respeto de los derechos que a ella le correspondían en la sociedad conyugal. Días después, el 15 de julio de 1906, falleció Matías Granja en Valparaíso a los 66 años de edad (8), como consecuencia de una afección al corazón. Laura Mounier, por imperio de la ley, entraba así en posesión de la mitad del inmenso patrimonio que su marido había logrado acumular mientras estuvieron casados. Otra fatalidad, ocurrida tan solo un mes después del deceso de Granja, fue la muerte de Paula Navarro, su compañera de vida y madre de sus dos hijas, como consecuencia del terremoto que asoló Valparaíso el 16 de agosto de 1906, el que derribó la mansión familiar de Limache donde esta se encontraba.

La herencia de Matías Granja 

El empresario había otorgado testamento para disponer de la mitad de su patrimonio. En sus estipulaciones testamentarias dejaba el 60% de sus bienes para sus dos hijas, Laura y Zarina Granja Navarro; el 5% a su sobrino Moisés Astoreca Granja (hijo de Felisa Granja); el 23% a sus siete sobrinos Marió Granja (hijos de Antonia Granja) y el remanente quedaba a favor de instituciones y de terceros que designaba en el referido documento legal (9). 

Las deudas o pasivos que mantenían las empresas de Matías Granja al momento de su muerte se estiman entre un mínimo de 1.200.000 y un máximo de 1.800.000 libras esterlinas. En cuanto a sus activos totales o su patrimonio neto las referencias son igualmente dispares. Una fuente habla de un patrimonio de tres millones de libras esterlinas (10), aproximadamente 3.115 millones de libras al año 2020. El historiador Roberto Hernández Cornejo lo calcula en setenta millones de pesos (11), aproximadamente 4.200.000 libras esterlinas de la época (12). Por su parte, Gonzalo Vial señala que la herencia de Granja oscilaba entre un mínimo de diez y un máximo de sesenta millones de pesos sin incluir “el bocado más contundente en dicha fortuna: la salitrera Iberia”, que fue traspasada en vida a una sociedad anónima con acciones al portador, distribuidas entre los que después serían sus herederos (13).   

El derrumbe del imperio salitrero que había formado Matías Granja comenzó en 1907, cuando los miembros de la comunidad hereditaria acordaron liquidar la sociedad conyugal y partir los bienes heredados (14). Pero los herederos, que no contaban con las cualidades ni el interés para mantener en equilibrio las finanzas sociales, “se enemistaron entre sí y se repartieron sumas cuantiosas”, con lo que contribuyeron a descapitalizar la sociedad Granja y Cía. (15). Influyó también el clima de intensa agitación social por el que atravesaba el país, el que culminó el 21 de diciembre de 1907 con una violenta jornada en la escuela Santa María de Iquique que dejó centenares de obreros salitreros muertos y heridos. A fines de ese año el gobierno chileno aprobó con urgencia un controvertido préstamo de 500.000 libras esterlinas a favor de la referida sociedad, cuyos problemas de liquidez amenazaban con llevarla a la quiebra y provocar una crisis de proporciones en la economía chilena. Finalmente, el préstamo sería pagado el año 1908 tras vender los herederos la línea férrea y el puerto de Coloso en 680.000 libras a Grace & Co., sociedad que en 1909 procedió a su reventa en 1.100.000 libras.

No conocemos las cifras que finalmente recibieron los miembros de la sucesión, pero podemos suponer con fundamento que fueron considerables. Las hijas, Laura y Zarina Granja Navarro, contrajeron matrimonios aventajados con miembros de la élite aristocrática chilena y vivieron acomodadamente el resto de sus días. Laura Granja de Ramírez dio a luz los años 1907 y 1908 a sus hijas Josefina y Beatriz respectivamente, en su domicilio de calle San Ignacio 70, una gran mansión recién edificada con planos del prestigioso arquitecto Ricardo Larraín Bravo. Su hermana, Zarina Granja de Larraín, residió desde 1932 hasta su muerte en 1966 en la calle Agustinas 735 (hoy 733), uno de los tres sectores en que se dividía el denominado palacio Subercaseaux (frente al Teatro Municipal de Santiago), con siete personas a su servicio. Sin embargo, la evidencia más clara de la súbita riqueza que favoreció a los herederos, fue el estilo de vida oneroso y deslumbrante que comenzó a desplegar la viuda, Laura Mounier, el que mantendría durante el resto de su vida.

Laura Mounier, escultora y animadora de la vida cultural santiaguina

A inicios de siglo, luego de regresar a Chile, Laura Mounier conoció a Juan Dionisio Saridakis Tornazakis, de origen griego, quedando cautivada por su singular encanto, fino trato y porte físico. El 4 de agosto de 1907 contrajeron matrimonio en el Registro Civil de la municipalidad de Providencia. Saridakis declaró en ese acto tener 32 años de edad y ser ingeniero. Había llegado a Chile siguiendo a sus dos hermanos mayores establecidos antes de 1891. Constantino (1860), fue “farmacéutico” y “destilador licorista” (instaló la destilería de la fábrica de licores de los catalanes Ventura Hnos. y Gramunt en 1894); y Manuel (1864/5 ?), fue también “licorista”.

Mounier y Saridakis formaron una peculiar pero a la vez “glamourosa” pareja que, a pesar de la gran diferencia de edad, compartía una similar afición por el arte, la contemplación de la belleza, la buena vida y lo exquisito.

Desde su retorno a Chile, Mounier se dedicó a desarrollar sus dotes artísticas en el campo de la escultura. Ya había sido premiada en París y en Santiago fue reconocida en salones oficiales. Se encuentran referencias a sus obras en revistas locales de la época como Zig-Zag, Selecta y el catálogo de la Exposición Internacional de Bellas Artes de 1910 (16). Con los primeros dineros provenientes de la liquidación de los bienes conyugales, compró una casona rodeada de árboles y jardines en la avenida Vicuña Mackenna 6. Fernando Santiván, Premio Nacional de Literatura de Chile (1952), describió su casa como una “mansión de confort y de arte”, destacando los murales interiores monumentales, pintados durante meses por el maestro Benito Rebolledo. La vivienda estaba dotada de una cancha de tenis y de otros variados entretenimientos. En la parte superior estaba el taller de escultura de ella y el de pintura de Saridakis (17). Esta casa fue el centro de reuniones de artistas y literatos de la época en amigables y prolongadas tertulias. 

El escritor español Eduardo Zamacois, de paso por Santiago, fue invitado a una de estas veladas, describiendo a sus anfitriones en los siguientes términos: “El señor Saridakis… es un real mozo: alto, hercúleo, con un perfil aguileño y caballeresco y una abundante barba rubia, sedosa y magnífica. Algunos hilos de plata prestan a su cabeza, de cabellos cortos y rizados, una melancolía novelesca. Tiene poco más de treinta años: es elegante, correcto, encantador…”. Luego se refería a su esposa Laura como a “una francesa de trato exquisito, muy viajada, muy vivida, amable, espiritual y complicada como una mujer de Bourget, que lee mucho, y comprende a Beethoven, y pinta muy bien, y ha obtenido con el busto que envió a la última Exposición [de 1910] una Segunda Medalla” (18). Algunos artículos de revistas de la época permiten complementar esta descripción, colocando énfasis en “su carácter fuerte y contestatario” (19).

Laura Mounier compró también una casa de playa en el balneario de Zapallar, entonces uno de los más aristocráticos y hermosos de Chile. Allí se trasladaba junto a Juan D. Saridakis por temporadas, dedicándose a la escultura en una cabaña habilitada como taller en el sector de Cachagua, un entorno que invitaba a la contemplación de la naturaleza. 

Para sus desplazamientos por la ciudad de Santiago, Mounier adquirió hacia 1908 un lujoso automóvil descapotable, que captaba la atención de los transeúntes tanto por su inusual presencia como por su excepcional estética (20). 

Laura Mounier y Juan D. Saridakis dejan Chile y trasladan su residencia a Mallorca

El año 1917 Laura Mounier vendió su casona de la avda. Vicuña Mackenna en 270.206 pesos, con intenciones de abandonar el país y radicarse en Europa junto a su marido. Pero la pandemia de 1918 que azotaba a gran parte del mundo, conocida también como “gripe española”, modificó los planes de viaje. Finalmente, en 1920 se encontraban recorriendo las costas cantábricas y mediterráneas (Santander, Niza y otras localidades) en búsqueda de un lugar con encantos especiales donde pudiesen asentarse definitivamente e iniciar una nueva vida. En 1922 se establecieron en Mallorca, fascinados por el paisaje y el clima de la isla. Allí, en un sector cercano a Cala Major, a unos 5 km del centro de la capital, Palma, encontraron un solar de 33.000 metros cuadrados situado sobre un acantilado que mira a la bahía palmesana. El año 1923 encargaron al arquitecto Guillem Forteza Piña la construcción de una gran edificación, que concluyó en 1925. La mansión, o más bien palacete, fue bautizada como Marivent (mar y viento). El edificio, de materiales nobles, integraba elementos regionalistas y modernistas, destacando su torre elevada que le daba un aspecto de antigua fortaleza y sus espaciosas terrazas. En esta casa, un refugio rodeado de gran belleza escénica, se dedicaron los siguientes años a perfeccionar sus habilidades artísticas, a alternar con personalidades del ámbito del arte y la cultura, a viajar por Europa y a impulsar variadas actividades filantrópicas. 

Laura Mounier falleció en 1937 y tiempo después Juan D. Saridakis contrajo matrimonio en segundas nupcias con Ana (Anunciación) Marconi, quien había asistido en la vejez a su primera esposa. Tras la muerte de Saridakis en 1963, Marconi, cumpliendo con los deseos de su marido, donó Marivent a la Diputación Provincial de Baleares el año 1965 (estaba amoblado con más de 1.300 piezas artísticas, algunas de grandes firmas) con el fin de crear un museo, el Museo Saridakis. La Diputación, el año 1973, cedió el uso a los príncipes y futuros reyes de España don Juan Carlos y doña Sofía. La casona recibió el nombre de Palacio de Marivent y pasó a ser la residencia en Mallorca de la Familia Real española en 1976, siendo desde entonces su lugar de veraneo preferido.

Una reflexión final

Cuesta comprender cómo el voluntarioso Matías Granja, que dedicó enormes esfuerzos a hacer realidad sus visionarias ideas empresariales, no logró prever los efectos devastadores que eventualmente podría tener para la continuidad de su emporio salitrero la entrega de los gananciales a su cónyuge. Para evitarlo hubiese bastado que regularizase en una época temprana su situación matrimonial, acordando con Laura Mounier un arreglo económico. Quizás fue la embriaguez del éxito, la distancia, el olvido o una vida vivida a una velocidad de vértigo lo que le impidió reflexionar de manera oportuna y adecuada. Comoquiera que hayan sucedido los hechos, de los que sabemos muy poco, nunca fue más cierto el adagio popular español que reza: “Nadie sabe para quien trabaja”.

NOTA: Las fuentes bibliográficas citadas en el texto pueden ser consultadas en el blog del autor www.garciacuerdas.com

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